Monday, May 26, 2008

Dos caras de un mismo horror

Con un parecido asombroso a los crímenes del Petiso Orejudo, una nueva sombra de terror e indignación vuelve a ceñirse sobre la sociedad Argentina

Dos hermanos de 8 y 9 años confesaron ante la Justicia el asesinato de Milagros Jacqueline Belizán. La niña de dos años de edad fue encontrada muerta, desnuda y con un cable alrededor de su cuello en un predio abandonado del partido bonaerense de Almirante Brown. En otro sector alejado de donde estaba el cadáver, los policías y los vecinos hallaron las prendas de vestir y otros objetos de la menor.
Tanto el chupete, como la mamadera y hasta los mismos pañales fueron abandonados en un descampado.
La madre de Milágros manifestó que su hija había desaparecido cuando la envió a hacer compras y no regresó, aunque no denunciaron inmediatamente la desaparición en la respectiva comisaría, los padres de la niña aseguraron que la habían estado buscando durante más de dos horas.

Hallazgo macabro

Según el relato efectuado por el menor de los hermanos ante su madre y el fiscal del caso, Héctor Toneguzzo, todo se trató simplemente de un juego. El menor acusado afirmó que le ataron un cable al cuello de la niña como si fuera un perro ya que pensaron que sería divertido.
En medio de esas escenas de dolor, los vecinos derrumbaron, indignados, toda la pared perimetral del predio abandonado.

Infancia perdida

Nadie puede negar la similitud existente entre el caso de los precoces niños-asesinos y el famoso infanticida: Cayetano Santos Godino, conocido como “ El petiso orejudo” .
Hijo de inmigrantes italianos, escribió durante años unas de las historias más sangrientas dentro de la criminología forense. Las páginas de los diarios se llenaron de repulsión, asombro e indignación ante la frialdad asesina del jóven Godino.
El 28 de septiembre de 1904 cuando Cayetano tenía tan sólo siete años de edad, tomó a Miguel de Paoli de 21 meses, de la puerta de su casa y valiéndose de engaños lo llevó hasta un baldío. Allí lo golpeó para luego arrojarlo sobre un arbusto lleno de cortantes espinas. Con un total de 11 victimas, Santos Godino supo darle un nuevo significado a la palabra “ brutalidad”. Al igual que los asesinos de la pequeña Milagros, el Petiso Orejudo disfrutaba torturando durante horas a sus inocentes víctimas antes de ahorcarlas con una gruesa soga. Ante la mirada de asombro de los policías, de indignación de la población y de repulsión de los mismos presidiarios no puede ignorarse la enorme similitud existente entre ambos casos. El perfil psicológico es el mismo: niños que detrás de una apariencia de tranquilidad esconden el alma de un asesino. No sólo parecería que hubieran querido imitar los crímenes del Petiso Orejudo sino que, al igual que esté, no hay en sus corazones ni en sus mentes sentimiento alguno de culpa ni de remordimiento.
Asesino de niños, el más destacado entre los criminales de aquella época por su insensibilidad y barbarie. Santos Godino conmovió a la opinión pública de todo el mundo cuando en 1915 con su rostro de inocencia y su tímida sonrisa aseguró en un reportaje para el diario “La Patria degli Italiani” las últimas palabras que resumirían su personalidad: “ mato porque me da placer…simplemente porque no puedo evitarlo”.